EL DRAGÓN DE LAS PALABRAS. (Almudena
Orellana)
Hace mucho, mucho tiempo…, a finales
de la era de los dragones y los castillos, circulaba una leyenda en
torno a un brujo malvado.
En muchos lugares se había oído de
él y asegurado su existencia y, aunque nadie reconocía haberlo
visto jamás, todos parecían saber cosas de él. Habitaba en un
castillo lejano, pero, se decía que era tan poderoso que a todas
partes del mundo podía llegar.
Convencido de que los libros conducían
a las personas al progreso y a la libertad, aquel malvado brujo no
quería que el pueblo conociese la lectura, y al dragón de su
castillo, todos y cada uno de los libros que se escribían en el
mundo, le hacía tragar y con su aliento de fuego quemar. El brujo
tenía miedo de que la gente leyese y aprendiese a pensar y, que por
esto, lo despojasen de su castillo, de su poder, y descubrieran toda
su maldad.
Así, fueron pasando los años y todos
los habitantes del pueblo, poco a poco, se olvidaron de leer y de
pensar. Los niños y niñas, por su parte, crecieron comunicándose
por señas, balbuceando palabras aisladas que jamás veían escritas
en ningún lugar, y cuyo significado no llegaban a comprender y nadie
les sabía enseñar ya.
El dragón del brujo que detestaba los
libros, observaba con profunda tristeza lo que este había
conseguido, y hasta donde había llegado su maldad, por lo tanto,
decidió luchar contra él y poder devolver así a todo el pueblo la
oportunidad de recuperar los libros y la lectura. El dragón subió
hasta la habitación del brujo, abrió sus enormes fauces decidido a
expulsar una gran bola de fuego, como aquella que había hecho arder
todos y cada uno de los libros robados por años en la boca de su
estómago. Pero de la boca del dragón no salió fuego, nada, ni una
pequeña llama, lo que provocó una carcajada de tal magnitud en el
brujo malvado, que según dice la leyenda, dio origen a varios
temblores en la tierra. El dragón del castillo no pudo expulsar
fuego, sólo expulsaba palabras, de tantos libros que se había
comido.
Impresionado, el dragón sopló y
sopló hasta sacar de su interior la última de las letras robadas. Y
estas, poco a poco, fueron dando forma a las palabras, las palabras a
las frases, y las oraciones a todos y cada uno de los libros
perdidos. ¡Qué espectáculo de formas y colores se veía! Las
vocales danzaban y giraban dando vueltas como locas, y los personajes
de cuento más famosos buscaban ansiosos su hogar, revoloteando sobre
los rostros perplejos de la muchedumbre, que se había agolpado, ante
el ruido, frente al castillo del brujo enemigo de los libros.
De esta forma, el esfuerzo del dragón
fue debilitando el poder del brujo, que quedó finalmente escondido
bajo las toneladas de libros que el dragón consiguió devolver al
mundo tras sus grandes bocanadas de aliento.
Y, como por obra de un milagro, todas
las personas fueron recuperando la libertad de pensar, y los niños y
niñas ordenando sus ideas en sus pequeñas cabezas y hablando de
nuevo con fluidez. Todos, muy felices, fueron recogiendo cada uno de
los libros, dispuestos a colocarlos en las bibliotecas, en las
escuelas, y en las estanterías de sus casas. Tras ello, se
dirigieron al dragón para agradecerle el haberlos liberado de la
terrible prohibición del brujo. No pudieron, sin embargo, dar las
gracias al dragón, quien se había ido al lugar más solitario del
bosque a descansar, luego de haber dado en su lucha hasta la última
gota de su fuerza y aliento.
Si oyes en algún lugar el rumor de
una leyenda que comienza diciendo, «Érase una vez el dragón de las
palabras», corre hacia un libro cercano, tómalo fuerte, léelo, y
da las gracias. Algunos aún dicen, que para que no desaparezca ni
nos falte nunca más un libro, aquel dragón nos vigila y nos protege
de que las páginas y las historias nunca se acaben.
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